Durante las últimas 3 décadas se ha producido un gran auge
de la Cinofilia, tanto desde el punto de vista afectivo, por lo que se refiere
a las relaciones entre el perro y el hombre, como desde el económico, por lo
que respecta a la cría de perros de raza.
La imagen del perro se ha hecho un hueco en los medios de
comunicación, incluso existen películas donde un can es el protagonista. Sin
embargo, a pesar de esta familiaridad, no debe pensarse que cuidar un perro es
algo sencillo. Lo único «fácil», o que puede darse por sentado, es nuestro
deseo de cuidarlo. De hecho, su adquisición debe llevarse a cabo con tanto
cuidado como el que dedicaríamos a la compra de una vivienda. A diferencia de
tiempos pasados, en los que sólo unas pocas razas eran accesibles al gran
público, hoy en día la variedad es tal, que quien no posea una cierta idea de
lo que desea, tendrá no pocas dificultades a la hora de escoger.
Esta guía abre las puertas a quien se aproxima por primera
vez al mundo de las razas caninas, así como a todas aquellas personas que
poseen algunas nociones y desean aprender más.
Los primeros restos fósiles de cánidos hallados en
asentamientos humanos, se remontan a unos 12.000 años. Durante mucho tiempo se
ha supuesto que se trataba de perros domésticos, aunque también se ha planteado
la hipótesis de que pertenecieron a cánidos salvajes que se aproximaban a los
poblados para robar restos de comida y que, en alguna ocasión, eran capturados.
En la actualidad se estima que la domesticación del perro
debió iniciarse hace unos 10.000 años, una cifra nada desdeñable por lo que
respecta a la historia humana y canina, sobre todo si se tiene en cuenta que
esa relación ha perdurado a través de glaciaciones, terremotos, guerras y
carestías. Ninguna empresa habría durado tanto tiempo de no haber sido
provechosa para ambas partes.
Presumiblemente, el primer perro domesticado fue un
cachorro, ya que los cánidos de aquellos tiempos eran lobos de gran envergadura
y ferocidad, que hacían imposible toda tentativa de captura para obtener su
colaboración. Quienes hubiesen intentado llevar a cabo un descabellado plan,
habrían perecido entre sus fauces.
Es muy probable que este cánido, además de cachorro, debiera
ser huérfano, ya que ninguna madre habría dejado que se lo sustrajeran sin
haber presentado batalla. Además, tuvo
que ser bastante joven, de alrededor de un mes de vida, pues de haber sido
mayor, no hubiese sobrevivido. La idea
más lógica es que los primeros hombres lo capturasen para cebarlo, con la esperanza
de que no escapara y de que creciera lo suficiente como para alimentar a tres o
cuatro personas. Naturalmente el cachorro creció, pero el hombre, en lugar de
una cena, se encontró con un amigo al que no podría abandonar. ¿Por qué?,
porque «le era útil», y más si se tiene en cuenta que un perro (o un lobo) de
cuatro o cinco meses, no «sirve» prácticamente para nada, excepto para ensuciar
y roer todo lo que encuentra. Podemos admitir que el hombre primitivo no
concediera demasiada importancia al brillo del suelo, pero todos sabemos que un
perro joven destaca más por su capacidad de ocasionar desperfectos que de
mostrarse útil, especialmente si nadie lo educa ni lo adiestra, y es del todo
improbable que existiese un campo de adiestramiento cerca de la casa,
¡preparado para el primer perro de la historia! Entonces, ¿por qué no se
comieron al cachorro? Habría podido empezar a ser útil a los 8 o 9 meses,
aunque no existía motivo aparente para permitirle crecer tanto. Primitivos o
no, los hombres con toda seguridad habían saboreado carne de animales jóvenes y
adultos, y cuesta creer que no hubieran descubierto que la carne joven es más
tierna. Si en un primer momento era demasiado pequeño, un perro de cuatro meses
ya tenía las dimensiones suficientes para saciar el hambre de unos cuantos.
El perro no terminó sus días en la mesa porque alguien de la
familia debió oponerse rotundamente. Y es dudoso que se tratase de un cazador o
cabeza de familia, que pasaba poco tiempo en casa y no tenía tiempo para
sentimentalismos; es mucho más probable que fuera una mujer, quizás a
instancias de un niño, que no podía soportar la idea de comerse a su mejor
amigo.
Sea como fuere, el cachorro no acabó en la olla porque
alguien lo quería, ésta es la única deducción lógica que se puede hacer. Las explicaciones utilitaristas solamente
puede inventarlas quien nunca ha tenido un cachorro de cuatro meses correteando
por la casa. Salvado por cariño, el primer perro doméstico creció hasta
convertirse en un animal verdaderamente útil, acompañando al dueño en sus
cacerías y mostrando los dientes al intruso que se asomaba por la puerta de la
cabaña, o quizá ambas cosas a la vez.
Así se inició la historia de un dúo, hasta nuestros días
indisoluble. Y comenzó más o menos al mismo tiempo en diferentes puntos del
planeta, tal como demuestran los hallazgos prehistóricos europeos, asiáticos y
americanos. En adelante, la evolución humana no siguió el mismo paso en todos
los lugares. Algunas civilizaciones progresaban rápidamente, mientras que otras
se mantuvieron por mucho tiempo en un estado primitivo, e incluso hubo quienes
desaparecieron, subyugadas o aniquiladas por las guerras que, por desgracia,
acompañan al hombre desde sus orígenes más remotos. Hoy en día existen culturas
que apenas han salido del estadio primitivo. Es discutible si vivimos mejor
nosotros con los ordenadores y la televisión, o los pueblos menos
«civilizados», pero nosotros, sin duda, gracias a nuestros medios y a la
tecnología, podemos estudiar otras culturas y conocer cómo se comportan. Esto
ha permitido al hombre descubrir algunos poblados, perdidos en las montañas
peruanas, donde no existen los ordenadores ni llega la televisión, y que
todavía conservan la costumbre de que las mujeres de la tribu amamanten a los
cachorros de perro huérfanos, hecho que manifiesta un respeto y una
consideración con el animal, mucho mayor que la que probablemente poseen los
más encendidos «amigos de los animales» de la parte «civilizada» del
mundo. Y es, además, una conducta que
nos ayuda a comprender que la relación entre el perro y el hombre, nunca ha
sido una unión exclusivamente por intereses, y que no ha nacido como una
relación de dar-recibir, ya que un cachorro de pocos meses, no tiene nada que
ofrecer, aparte de su alegría, sus ganas de vivir y su infinita ternura.
Entre el hombre y el perro ha habido y sigue habiendo una
gran amistad. Y como tal debe ser considerada la relación que mantienen, por
delante de valoraciones de carácter utilitario, si realmente queremos llegar a
entender al perro y conocer algo más acerca de nosotros mismos.
El perro, descendiente del lobo, se considera actualmente
una realidad bien distinta: mientras que el lobo "es malvado", el
perro es bueno; el lobo se come las ovejas, y el perro las defiende. Sin
embargo, siguen existiendo grandes parecidos entre una y otra especie: el
setter y el lobo son ambos animales
sociales, con una organización de la manada idéntica; el carlino y el lobo, mueven la cola de la misma manera;
el dogo y el lobo gruñen, aúllan y
gritan «cai-cai» cuando notan dolor... Y lo más importante, si un setter y una
loba se encuentran y se gustan, nace una camada. Si se encuentran un caballo y
una cebra (que tienen muchas similitudes), apenas se prestan atención.
Las dos especies (perros y lobos) son interfecundas, y según
la ciencia, esto sólo puede significar una cosa: no son dos especies, sino que
siguen siendo una única especie, la misma.
El hombre, y en parte las condiciones climáticas y
ambientales, han modificado enormemente las características físicas y los
hábitos comportamentales de algunos canes, pero nunca ha llegado a cambiar su
íntima manera de ser. El perro todavía es lobo, razona como un lobo, y posee
los mismos instintos que el lobo; de hecho, si pudiera, seguiría comiendo
ovejas muy gustosamente, y si no lo hace, es únicamente por complacer al dueño,
no porque le resulte más atractivo o simpático que sus congéneres, sino porque
el perro está convencido de que vive en una manada, y no hace más que obedecer
al hombre, que cree que es quien manda.
La explicación de este mecanismo mental, debe buscarse en el
primer lobezno que vivió en una cabaña primitiva; si hemos concluido que debió
ser muy joven, de un mes de edad aproximadamente, entonces se encontraba en
plena fase de imprinting…